Su relato era tan profundo
que ese miedo se fue llenando de
razones.
Escribía, escribía y oscurecía,
oscurecía a la velocidad de las
letras.
Se acariciaban las manos y las muñecas,
y el vapor del té era, el vapor
del tren.
Ese tren sólo iba, iba y crecía,
crecía como un beso, rojo.
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